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Magnates hurgando en nuestras miserias

Por El Confidencial  ·  12.07.2014

A Ben Hamper no le molesta la etiqueta de “escritor proletario”. No le molestan las etiquetas –no es un snob-; sin embargo, siente una repulsión probablemente justificada por artistas comprometidos del estilo de Bruce Springsteen. El hecho de que a Hamper no le molesten las etiquetas se hace patente desde el mismo momento en que se autocalifica como “rata”: trabajador de la cadena de montaje de General Motors por tradición familiar -marca impresa en el ADN-.

Por una especie de inercia y alienación heredadas. El lugar donde te ha tocado nacer define muchas de tus posibilidades vitales y Ben Hamper nació en Flint en 1959 lo que le llevó de cabeza a la General Motors y a la vez le hizo entablar una fructífera relación de amistad con el siempre discutido Michael Moore: Mike Moore estimula la vocación literaria de Hamper que con este libro de memorias llega a convertirse en alguien conocido en su país.

Hamper es una rata y, cuando escribe columnas para revistas underground, se pone a sí mismo el apodo de Cabeza de Remache. El apodo tiene que ver con sus funciones en la cadena de fabricación de furgonetas y camiones: es un remachador. Y también un escritor proletario. Él mismo se encarga de ofrecernos una definición: “era cualquier persona lo suficientemente astuta como para lograr que su basura apareciera impresa , sin tener por ello que mantenerse sobrio, ni chupar pollas, ni dejarse ver a la luz de la chimenea, ni tener una carrera ni estar obligado a aprender a usar un procesador de textos. Así de fácil. ¡Hola, mamá, soy yo!”

El libro se centra en la narración autobiográfica del proceso de degradación de un personaje, Hamper, que paradójicamente se salva. Sabemos que se salva no porque el libro así lo cuente, sino porque confiamos en las informaciones de la contraportada y entendemos que Hamper –que se parece a Torrente en la foto de la solapa-  es el autor de este libro que tenemos entre las manos y ha sido traducido a varias lenguas. Es el triunfo de un looser –un perdedor- o, para ser más exactos, la constatación de que la literatura, las artes e incluso el periodismo cultural representan un instrumento de desclasamiento positivo.

Al margen de esta reflexión, la descripción de los compañeros y compañeras de trabajo de Hamper, capataces, supervisores y jefecillos a veces provoca uno de esos ataques de risa que pueden desembocar en lágrima. Hiel en el cielo del paladar. Hamper da cuenta de la transición económica y social que se produce en Estados Unidos desde la época de las políticas proteccionistas del Jimmy Carter hasta la Reganomanía que, en Europa, contó con el eco, tan bien recreado por los cineastas británicos –Loach, Frears- de Margaret Thatcher.

Historias en la cadena de montaje denuncia a una gran corporación que simboliza ciertos modos aparentemente paternalistas del capitalismo que han resultado ser una versión gore de Saturno comiéndose a su hijo. Hamper habla de explotación sin paños calientes. Habla de la falta de compasión, la deshumanización, la manipulación y la degradación moral como una consecuencia del funcionamiento del sistema económico. Y lo hace con un victimismo morigerado.

Los obreros, empezando por él mismo, se retratan con la conmovedora pincelada de Chaplin en Tiempos Modernos, pero también con esa furia nada autocompasiva de los Angry Young Men: la pulsión alcohólica de la galería de personajes de Hamper recuerda a ese ocio compulsivo, a esa ebriedad inducida y medicinal, falsamente liberadora, profundamente alienante y autodestructiva, desesperada, que Allan Sillitoe refleja en Sábado por la noche y domingo por la mañana, novela publicada no hace mucho por Impedimenta con traducción de Mercedes Cebrián.

Algunos episodios, como la aparición de Armando Cochuelos, gato gigante que se pasea por la cadena de producción para estimular el trabajo como pieza fundamental de la estrategia del plan de calidad de GM, son muy divertidos. La prosa es gamberra, fanzinera y descocada. Muy propia de un columnista que se llama a sí mismo Cabeza de remache y que ha escrito para revistas como Mother Jones.

Una prosa propia de un tío al que le gusta la música. Pero la de verdad. No la de Springsteen. Y esto nos lleva al quid de la cuestión. La reflexión con la que empezaba esta página. Porque, al margen de que Hamper a veces se excede un poco con la pose proleta-provocadora, los tacos y una grosería que asociamos con la naturalidad, no es ni mucho menos tonto. Es un tío listísimo, lúcido, con sensibilidad social. Y lo que es más grave: con sensibilidad literaria.

Los obreros, empezando por él mismo, se retratan con la conmovedora pincelada de Chaplin en Tiempos Modernos, pero también con esa furia nada autocompasiva de los Angry Young Men: la pulsión alcohólica de la galería de personajes de Hamper recuerda a ese ocio compulsivo, a esa ebriedad inducida y medicinal, falsamente liberadora, profundamente alienante y autodestructiva, desesperada, que Allan Sillitoe refleja en Sábado por la noche y domingo por la mañana, novela publicada no hace mucho por Impedimenta con traducción de Mercedes Cebrián.

Algunos episodios, como la aparición de Armando Cochuelos, gato gigante que se pasea por la cadena de producción para estimular el trabajo como pieza fundamental de la estrategia del plan de calidad de GM, son muy divertidos. La prosa es gamberra, fanzinera y descocada. Muy propia de un columnista que se llama a sí mismo Cabeza de remache y que ha escrito para revistas como Mother Jones.

Una prosa propia de un tío al que le gusta la música. Pero la de verdad. No la de Springsteen. Y esto nos lleva al quid de la cuestión. La reflexión con la que empezaba esta página. Porque, al margen de que Hamper a veces se excede un poco con la pose proleta-provocadora, los tacos y una grosería que asociamos con la naturalidad, no es ni mucho menos tonto. Es un tío listísimo, lúcido, con sensibilidad social. Y lo que es más grave: con sensibilidad literaria.

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