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Los ricos no siempre ganan

Por Heraldo de Madrid  ·  10.10.2015

En 1952, uno de los historiadores sociales estadounidenses más apreciados comenzó a escribir la historia de la agitada primera mitad del siglo xx. Frederick Lewis Allen, el influyente editor de la revista Harper’s, llamaría a su libro The Big Change. Allen quería describir la impresionante transformación que tanto él personalmen­te como los estadounidenses colectivamente habían presenciado des­de el año 1900. Desde luego, tenía mucho sobre lo que escribir.

En el año 1900, los estadounidenses vivían sin aviones ni automó­viles, sin televisión ni radio, sin rascacielos ni barrios residenciales. En el amanecer del siglo xx, ningún estadounidense reía o lloraba con sus familiares y amigos en los cines de la ciudad, ni cargaba los tambores de las lavadoras de ropa. Y casi nadie —más allá de las re­giones más meridionales— comía fruta fresca en invierno.

¿Y qué señaló Frederick Lewis Allen, entre todas estas transfor­maciones colosales, como el cambio más importante de todo el siglo xx? Dicho de manera sencilla: la igualdad.

«De todos los contrastes que existían entre la vida de un norteame­ricano en 1900 y su situación medio siglo más tarde —escribía Allen—, tal vez la más significativa era la distancia entre ricos y pobres».(1)

Durante la primera mitad de siglo, narraba maravillado el popu­lar historiador, las mansiones y haciendas de «los ricos y modernos» se habían convertido en museos, hospitales y campus universitarios.

Los superricos, un fenómeno predominante en Estados Unidos hacia el año 1900, básicamente habían desaparecido.

Diferentes analistas de mediados de siglo celebraron esta desapa­rición. Stuart Chase, un ingeniero del MIT y crítico social respetado a nivel nacional desde los años veinte, comenzaba sus memorias, escritas en 1968, señalando que había vivido una «época de cambios rompedores». ¿Cómo de rompedores?

«Aún puedo recordar cuando, siendo muy niño —escribía el oc­togenario Chase—, instalaron la luz eléctrica en la casa de mis abue­los en Nueva Inglaterra, también recuerdo el primer automóvil que vi en la calle y, recientemente, he visto en televisión una nave espacial tripulada que amerizaba en el océano».(2)

Sin embargo, tanto para Stuart Chase como para Frederick Lewis Allen, los milagros tecnológicos de mediados de siglo palidecían frente a la notable transformación económica de Estados Unidos, «el logro de una economía de abundancia, una sociedad opulenta, don­de por primera en la historia los pobres eran una minoría».(3) ¿Y los ricos? «Sus plantaciones, fincas y mansiones —cuenta Chase— fue­ron compradas por posaderos o se convirtieron en asilos, y otras muchas se dividieron en parcelas urbanizables».(4)

Los ricos que habían ingeniado la forma de esquivar las parcelas urbanizables, como señalaba el escritor de New Yorker Kenneth La­mott en 1969, solo conservaron las cantidades que «sobrevivieron» de la «época anterior», nada más, «ya no eran los hombres de ese tiempo» e, indudablemente, «no serían hombres del futuro».(5) Las fortunas de esos ricos restantes, añadía Lamott, tienen las mismas perspectivas a largo plazo que esos «castillos de arena que se enfren­tan contra la marea».(6)

Lamott y los otros analistas no estaban sufriendo un espejismo social. De hecho, Norteamérica se había convertido en un lugar más

igualitario. En 1928, antes de la Gran Depresión, el 1 por ciento más rico en Estados Unidos se llevaba casi uno de cada cuatro dólares de los ingresos nacionales totales. A principios de la década de 1950, solo estaban ganando uno de cada diez.(7) El contraste en la cumbre económica de Estados Unidos era aún más marcado. En 1928, casi la mitad de los ingresos de la nación recogidos por ese 1 por ciento se situaba en los bolsillos de la décima parte superior de ese 1 por ciento. Este 0,1 por cien de los estadounidenses —en efecto, los más ricos por cada mil personas— se llevaban casi el 12 por cien de los ingresos de la nación a finales de 1920. El porcentaje para ese mismo uno entre mil en 1953 era solo del 3 por ciento.

La distribución de los ingresos en Norteamérica, señalaba el so­ciólogo de la Universidad de Columbia C. Wright Mills, en 1956, se parecía «menos a una pirámide de base plana y más a un grueso diamante con una zona media ancha».(8)

¿Qué explica esta prominencia de la clase media, esta inclinación a alejarse de la cima del diamante? Uno de los economistas estadouni­denses más destacados de mediados de siglo, Simon Kuznets, vio la creciente igualdad nacional como una consecuencia natural de la madurez económica. Cualquier sociedad industrializada, argumenta­ba Kuznets en su discurso para la Asociación Estadounidense de Eco­nomía en 1955, verá que los ingresos se dividen dramáticamente cuan­do la industrialización altera «las instituciones económicas y sociales preindustriales establecidas»,(9) pero estas divisiones, sostenía Kuznets, se ajustan siempre cuando las sociedades se estabilizan y maduran.

La lección de Kuznets para el público general de la Norteamérica de mediados de siglo era la siguiente: en Estados Unidos, hemos

sobrepasado a esos magnates sin escrúpulos culpables de la enorme brecha entre ricos y pobres. Ya no tenemos que preocuparnos dema­siado de la desigualdad. Esas enormes fortunas, esas mansiones y fincas grandiosas se han ido para no volver jamás.

Ese «jamás» no duraría más de una generación. En 1985, año en el que murió el premio nobel Simon Kuznets, los economistas esta­dounidenses habían comenzado a estudiar un nuevo fenómeno: una economía madura y desarrollada —nuestra economía— se volvía notablemente más desigual.

Esta creciente desigualdad continuaría en los años noventa y, más tarde, a principios del nuevo siglo XXI, tomaría aún más impulso. Los estadounidenses más ricos se habían vuelto superricos de nuevo. En el año 2007, en vísperas de la Gran Recesión, el 1 por ciento más rico de la nación tenía el 23,5 por ciento de los ingresos de la misma. Vol­viendo a 1928, en vísperas de la Gran Depresión, ese 1 por ciento más rico acumulaba un porcentaje casi idéntico, el 23,9 por ciento.(10)

Desde mediados de siglo, nos habíamos convertido en una nación diferente, una nación asombrosamente desigual. En 2007, la media de ingresos de los cuatrocientos contribuyentes estadounidenses con los ingresos más altos era una increíble cifra de 344,8 millones de dólares cada uno, el equivalente a más de un millón de dólares al día, suponien­do que se tomaran los domingos libres.11 En 1955, la media de ingresos de los cuatrocientos más ricos de la nación, en dólares ajustados según la inflación a niveles de 2007, era de solo 12,8 millones cada uno.(12)

1 Frederick Lewis Allen, The Big Change: America Transforms Itself, 1900-1950 (Nueva York: Harper & Brothers, 1952), p. 27.

2 Stuart Chase, The Most Probable World (New York: Harper & Row, 1968), p. 8.

3 Stuart Chase, Live and Let Live: A Program for Americans (Nueva York: Harper & Brothers, 1960), p. 30.

4 Chase, Live and Let Live, p. 29.

5 Kenneth Lamott, The Moneymakers: The Great Big New Rich in America (Bos­ton, MA: Little, Brown and Company, 1969), p. 294.

6 Lamott, The Moneymakers, p. 306.

7 Seguimos el trabajo de economistas pioneros como Emmanuel Saez y Thomas Piketty. Véase su «Income Inequality in the United States, 1913-1998», Quarterly Journal of Economics 118, nº 1 (2003), pp. 1-39. Véase también una version ampliada y actualizada, publicada en A. B. Atkinson y T. Piketty (eds.), Top Incomes Over the Twentieth Century: A Contrast between European and English-Speaking Countries (Nueva York: Oxford University Press, 2007). Tablas y gráficos actualizados en 2010 y en formato Excel (marzo 2012).

8 C. Wright Mills, The Power Elite (Nueva York: Oxford University Press, 1956), p. 148.

9 Simon Kuznets, «Economic Growth and Income Inequality», American Eco­nomic Review, marzo de 1955.

10 Saez y Piketty, «Income Inequality in the United States».

11 The 400 Individual Income Tax Returns Reporting the Highest Adjusted Gross Incomes Each Year, 1992-2007 (Washington, DC: Internal Revenue Service)

12 El IRS no ha publicado datos oficiales de las cuatrocientas mayores rentas de cualquier año antes de 1992. Sin embargo, unas cantidades comparables, de los 427 superiores en 1955, aparecen en: Janet McCubbin y Fritz Scheuren, «Individual In­come Tax Shares and Average Tax Rates, 1951–1986», Statistics of Income Bulletin (primavera de 1989).

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