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Los obreros del remo que vencieron a Hitler

Por Extra - La Voz de Galicia  ·  12.01.2016

ERAN HIJOS DE LEÑADORES Y DE GRANJEROS. PERO LOS REMEROS DE LA UNIVERSIDAD DE WASHINGTON NO SOLO SACARON EL DEPORTE DE LAS ELITISTAS AGUAS DE LOS CENTROS DE LA IVY LEAGUE, SINO QUE TRIUNFARON EN LOS JUEGOS OLÍMPICOS DE BERLÍN DE 1936.

El primer nombre que suele venir a la mente cuando se citan los Juegos Olímpicos de Berlín suele ser Jesse Owens: el supuesto desdén de Hitler con el atleta afroamericano resiste tanto como la llama olímpica; más tangibles son sus cuatro medallas de oro, un hito que tardaría casi cincuenta años en ser igualados. Pero Estados Unidos vivió en 1936 otra gesta, quizá menos recordada ahora, pero dotada de la misma épica con la que el deporte premia las historias de tenacidad y superación. Se trata del equipo de remo, nueve jóvenes de origen más que humilde que se impusieron en la modalidad de ocho con timonel, y que impidieron la casi total hegemonía de los representantes alemanes en este deporte. Nueve jóvenes que apenas tres años antes iniciaban sus estudios universitarios en Seattle, en el estado de Washington, que combinaron con los duros entrenamientos con los que consiguieron vencer a otros centros de su país, incluidos los muy elitistas de la costa este, y así ganarse el pasaje a Europa. Su historia ha sido contada ahora por Daniel James Brown (California, 1951) en el libro Remando como un solo hombre (Nørdica-Capitán Swing), un minucioso recuento de las circunstancias que llevaron a este equipo de jóvenes y sus entrenadores a conquistar la distinción más preciada por un deportista, el oro olímpico.

Brown narra una epopeya colectiva: recrea las dificultades de un país sufriendo todavía los efectos de la Gran Depresión —su historia arranca en 1933— no ya para practicar deporte, sino para llevar una vida mínimamente digna. Pero el autor acierta al colocar el peso del libro sobre los hombros de uno de los remeros, Joe Rantz, quien encarna a la perfección el carácter del currante con madera de héroe. Entre que dejó el instituto y se matriculó en la Universidad de Washington, Rantz tuvo que trabajar todo un año para ahorrar lo suficiente para costearse los estudios. Aun así, para él entrar en el equipo de remo era una cuestión de supervivencia: si no lo hacía no podría acceder a los trabajos por hora cuyas remuneraciones le asegurarían la estancia en el campus. E incluso cuando ya estaba a las órdenes de los entrenadores Tom Bolles y Al Ulbrickson, muchos de sus compañeros de reían de que al acabar sus abundantes raciones en el comedor universitario aprovechase las sobras de otros: al contrario de Rantz, no habían pasado hambre. Pero este elitismo no era nada comparado con el de verdad, el que dominaba en el remo entre los equipos de las universidades de la Ivy League de la costa este, que se consideraban continuadores directos de una tradición que emanaba directamente de Inglaterra —Yale y Harvard se enfrentaron por primera vez en 1852, y los segundos perdieron contra Oxford en 1869—, y que no estaban dispuestos a que una banda de paletos les disputasen el privilegio de representar a su país en las Olimpiadas. Pero en julio de 1936 Rantz y los suyos vencieron cómodamente y se ganaron el pasaje en el vapor Manhattan rumbo a Europa. Ganar en lo deportivo, claro, porque los Estados Unidos de la recesión no podían costearse el viaje de sus atletas. Seattle se movilizó y logró con cuestaciones populares el dinero necesario.

El equipo llegó a un Berlín que parecía un decorado diseñado por el ministro de Propaganda nazi, Joseph Goebbels, y la cineasta Leni Riefenstahl, para mostrar al mundo la «nueva Alemania». Los juegos iban a ser filmados desde todos los ángulos para la película Olympia, que se estrenaría dos años después. El propio Goebbels acompañó en la tribuna a Hitler para presenciar las competiciones de remo en Grünau, entonces segundas en popularidad, superadas solo por el atletismo. Brown narra la desconcentración de los deportistas en los días previos a la gran prueba, pero su relato vibra con la descripción de la gran regata final, con el mismo nervio y brío de una retransmisión en directo. Alemania se había llevado el oro en las cinco pruebas anteriores, pero la modalidad de a ocho con timonel era la más prestigiosa y los nazis esperaban que sus muchachos impecablemente adiestrados cumpliesen su misión. Pero la emocionante y reñida competición acabó finalmente de lado de los americanos.

Los miembros del equipo volvieron a sus vidas. Rantz se graduó como ingeniero y trabajó para Boing. Fue el penúltimo en morir de aquellos atletas de otra época: sus retratos tienen una cualidad humana muchas veces ausentes en estos tiempos de deportistas que además de sus habilidades venden su imagen. De su gesta queda esa intangibilidad del honor y el esfuerzo, y también, en un museo, el bote de su proeza, el Husky Clipper.

Deporte para leer «Remando como un solo hombre» Daniel James Brown se ha especializado en profundizar en hechos de la historia norteamericana a través del reportaje amplio en forma de libro. La edición de Nørdica y Capitán Swing está traducida por Guillem Usandizaga. Tiene 464 páginas y cuesta 19,95 euros.

Autor del artículo: Xesús Fraga

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