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Los escritores y el humo

Por El Cultural - El Mundo  ·  04.01.2011

Caballero Bonald, Marsé, Luis Goytisolo, Armas Marcelo, Benítez Reyes, Gimferrer, Chirbes y Andrés Barba hablan en torno a la prohibición y sobre el maridaje entre tabaco y literatura. ¿Mató la ley a la tertulia?

Pepe Bárcena lleva casi cuatro décadas trabajando en el mítico Café Gijón y es, como él mismo se define, “memoria histórica” del bar. Se ha tragado, confiesa hoy, tercer día de la prohibición del tabaco en los bares, todo el humo de la literatura de este país. Nunca ha sido fumador, pero un par de veces al año las famosas tertulias del local le producen una grave afonía, así que, por una parte, celebra que el Café sea ya un espacio sin humos. Pero, ay, por otra siente cierta pena, la que da decir adiós a un hábito que ha sido parte de la leyenda del Gijón, en el que el tabaco se ha asociado, desde el principio de los tiempos, a la liturgia tertuliana. “Es un vicio ligado al bohemio, a los poetas. Que lo hayan retirado les quita cierta gracia y nuestros clientes, para qué engañarnos, lo llevan mal, aunque no ha habido altercados”, cuenta el relaciones públicas del famoso establecimiento.

Y eso que estamos todavía en unas fechas especiales y que la clientela del Café no ha vuelto de sus vacaciones. Entonces se podrá calibrar de verdad qué tal lo llevan los habituales del cenáculo. En la memoria de este profesional de la hostelería están grabados con el humo de fondo los éxitos literarios que allí se celebraron, el paso de Cela, Umbral, Severo Ochoa, las confabulaciones contra el régimen, cuando el café era “una isla democrática”, y las charlas, como las de Manuel Vicent, que convertían al local “en una fumarola”. El que más fumaba, rememora, era César González Ruano, pero citar a los fumadores insignes del Gijón es “como leer las páginas amarillas”.

Uno de los que por allí pasaron, allá por los cincuenta, al instalarse en Madrid y cuando el Gijón era “el parnaso que había que conocer de cerca”, fue José Manuel Caballero Bonald, fumador hasta hace unos 15 años, cuando se despidió del vicio tras una gripe que lo mantuvo tres días en cama. En opinión del jerezano, la nueva prohibición no es “especialmente justiciera porque la libertad del fumador ha quedado disminuida”. Y va más allá afirmando que “cada cual puede matarse de la mejor manera posible”. Ex fumador tolerante, de los que aguantan el humo a su alrededor, revela sin embargo que nunca escribió en los bares animado por el tic del cigarrillo: “Es algo que está fuera de mis gustos y de mis capacidades”. Pero, en cambio, en tiempos sí utilizó el tabaco para trabajar, como “un reflejo condicionado”. Sí lamenta que se haya esfumado del cine ese rito habitual en el que el actor llegaba a su casa, se servía un whisky y se encendía un cigarro. “Que ya no se fume en la pantalla connota una cierta servidumbre a las prohibiciones”, concluye.

Como él, Rafael Chirbes también estima que las personas mayores de edad tienen derecho a hacer lo que quieran, y que la hospitalización ya está pagada con cada paquete comprado. “También son malos el alcohol, el humo de los coches…”, ataja. A su juicio, debe haber bares para fumadores y bares mixtos y siente que el modelo anglosajón se imponga de nuevo en materia de prohibiciones. Sobre los escritores, reconoce que la mayoría ha fumado, como lo han hecho los personajes, también los suyos. Para escribir necesita tener su “cigarrito al lado”, y sostiene que el tabaco le ha animado a entablar conversación en los bares. La unión del tabaco a la literatura la considera “evidente”, y se acuerda antes de colgar de un libro clave en esta materia, La conciencia de Zeno.

A favor de la ley, Felipe Benítez Reyes, poeta y fumador compulsivo, opina que, aunque “incómoda”, la nueva normativa “tiene sentido”. Se define, no en vano, como un fumador en contra del tabaco, y celebra que la buena nueva pueda ayudarle a fumar menos. Sobre la relación del tabaco, los bares y la literatura considera que él no perderá nada, puesto que nunca escribió en espacios públicos, y que esa imagen del escritor asido al cigarrillo e inspirándose al calor del bar responde al “pintoresquismo” y no a la realidad, salvo excepciones como la de José Hierro. Lo que sí cree es que tendría que haber bares sólo para fumadores, y al tiempo observa “un fondo de puritanismo” en la medida del Gobierno: “Hablamos de una droga legal que va a percibirse ilegalmente”. ¿Y las tertulias? Pocas, pocas, porque no hay muchos escritores en Rota y, además, que él no cree que el tabaco haya influido en el talento, “hay grandes escritores que han fumado y otros que no. Como el tabaco no es alucinógeno no creo que tenga repercusión alguna en la creación, que yo sepa”, bromea.

También satisfecho con la medida está Juan Marsé, que dejó el tabaco “hace 25 ó 30 años”. Desde la distancia evoca el esfuerzo que le supuso abandonar el hábito, porque lo vinculaba al trabajo: “No concebía sentarme frente a la máquina de escribir sin fumar. Tardé como tres meses”. El cigarrillo, señala, formaba parte de la gestualidad de muchos personajes, de una serie de tics que tanto en la literatura como en el cine conformaban un ritual. Pero, más allá de esto, cree que las letras “no pierden nada”. Tampoco las tertulias, “en unas se fumaba, en otras no, y tampoco el tabaco era un tema primordial”.

Por su parte, un enfadado Andrés Barba, que sí practica el tabaquismo, considera que la ley es “un atropello paternalista que mide bastante bien el termómetro de la razón por parte de este Gobierno”. En este sentido, amplía que el Estado no debe asumir unas funciones que no son suyas defendiendo al ciudadano de sí mismo: “Eso es anticonstitucional”. Y reconoce, además, que en su oficio lo de fumar es muy habitual, pero no sabe si significa gran cosa: “Los escritores también beben mucho y no creo que afecte en nada”. Su conclusión es que la ley no entorpecerá la literatura, sino “la vida en los bares en general”. Esperemos que se acabe aquí la cacería y que más adelante no sea el papá Estado quien decida lo que podemos beber y cuánto. Es como si dijeran: queridos conciudadanos, son ustedes tan estúpidos que vamos a tener que cuidar de su salud”.

Al hilo de lo que cuenta Barba, Pere Gimferrer plantea una pregunta: “Yo nunca he fumado, pero resulta sospechoso el silencio universal que hay sobre el alcohol. No digo que lo prohíban, porque esta ley es un disparate, pero me da chamusquina”. Lo primero que le viene a la cabeza cuando se trata del binomio tabaco y literatura es la pipa de Sherlock Holmes o el Poeta en Nueva York de Lorca, así como se le aparece una lista interminable de películas en las que el tabaco tiene un papel primordial (y series, enganchado como está a la muy tabáquica Mad Men). “Ambas cosas, tabaco y alcohol, tienen mucha antigüedad, así que esta persecución no me cuadra, me siento tentado a pensar que hay otros motivos. ¿Es cuestión del Estado que los ciudadanos se vuelvan virtuosos? No, yo no acabo de ver la relación del BOE con la virtud”, ironiza.

Luis Goytisolo tiene un amplio currículum de fumador: de tabaco negro, de puros y finalmente de pipa, a la que se enganchó por estética. Hoy las conserva, pero el hábito lo dejó tras un catarro que le duró de octubre a primavera. Además, los cigarros que él fumaba, los más pijos que había entonces -“la joya de la tabacalera”- dejaron de fabricarse, así que se lo pusieron en bandeja. Pero continuó con los puros diarios, que dejó definitivamente después del cáncer de su primera mujer. En sus años de ex fumador le ha estropeado el café la presencia de humo cerca, así que evitaba la proximidad de fumadores, pero no ha olvidado el efecto estimulante que, a su juicio, tiene el tabaco en la literatura: “Para mí era una reacción nerviosa. Empecé para parecer mayor, para que las chicas me hicieran caso. Lo veías en el cine, todos nos acordamos de lo bien que fumaba Bogart”.

De Bogart también se acuerda, mientras se fuma un Petit Edmundo de Montecristo “riquísimo”, el escritor Armas Marcelo, fumador vocacional para el que los puros “no son un vicio, son un placer”. Y protesta: “¿Es que se puede ver Casablanca sin humo? ¡Eso es imposible!”. No obstante, apunta, son dos culturas distintas, la del cigarrillo fue una imagen necesaria para la iconografía cinematográfica y literaria y ahora, en cambio, pasa “una época de mala prensa”. Y vuelve al recuerdo, a Faulkner, por ejemplo, un genio que fumaba, “porque hay muchos genios que fuman”, o a Cabrera Infante, que acabó escribiendo un ensayo sobre el tabaco y al que él mismo le mandó hacer una línea de puros con su nombre. “Nos han echado del mundo”, se resigna este otro habitual del Café Gijón, donde los lunes come lentejas, tertulia y, hasta el año pasado, también fumaba: “Ahora nos iremos a la calle o a cuevas”. Y cierra: “Los hay que somos resistentes y yo seguiré fumando, como fumo en París bajo esas terrazas cubiertas con plásticos en las que uno puede fumar y comerse un croissant a 20 grados. Esa es la gloria en la tierra”.

El siempre animado twitter de Pérez Reverte también ha hablado. El escritor, que fue fumador de Ducados y luego de Camel y Marlboro (“hace ya mucho”), declara a través de esta red social que el humo de un cigarro puede ser “más gratificante que un jamón cinco jotas”. Amigo de avivar la polémica, señala también: “Si usted conduce mamado y se la pega conmigo también me perjudica… ¡Prohibamos el alcohol! ¡Delatemos a los borrachos!”. Y es que lo que más grave encuentra en la nueva ley es la oleada de denuncias que ha traído consigo: “Es justo lo que nos faltaba, que nos convirtieran en un país de chivatos”.

Marta Caballero

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