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La verdad oculta

Por La Nueva España  ·  17.04.2016

Robert Whitaker, escritor médico en el Albany Times Union, periodista científico en el MIT, director de publicaciones en la Escuela de Medicina de Harvard, y cofundador de la empresa editorial CenterWatch, ha recibido numerosos premios, quedando finalista del premio Pulitzer de Servicio Público con una serie de artículos de investigación sobre psiquiatría para el Boston Globe. Este minucioso, extraordinario y estremecedor libro, análisis y estudio, nos ofrece algunas respuestas sobre las posibles causas —o tal vez claves que nadie se atreve a ofrecer— sobre el aumento del número de pacientes con discapacidad por enfermedad mental; hecho ligado de forma evidente o sospechosa al aumento en la producción y prescripción de tratamiento farmacológico en este tipo de trastornos u otros que en un breve espacio de tiempo se han convertido en patología específica, cuando hace unos años tan sólo eran considerados como rasgos de la personalidad o cuestiones del todo naturales como la mera inquietud, curiosidad o personalidad de un niño o niña (ahora considerados como TDHA u otras patologías como depresión o trastorno bipolar de diversos grados aplicado tanto en infancia y juventud como en población adulta). Whitaker se atreve a nombrar algunos de los efectos a corto o largo plazo de la medicación o lo que denomina como “balas mágicas” en estos y otros trastornos o patologías: riesgos de daño hepático, aumento de peso, colesterol, azúcar en sangre, pérdida del tejido cerebral… Informes y conclusiones que demuestran que en muchos casos el tratamiento farmacológico lejos de ocasionar una cura milagrosa convierte en enfermedad crónica lo que —en algunos casos, insisto, según demuestran informes,estadísticas, opiniones de expertos y otras experiencias en el tratamiento de estas patologías— de un modo natural remite tras un período de tiempo más o menos largo (“Las pruebas de que los fármacos podrían empeorar la evolución a largo plazo aparecieron en el primer estudio de seguimiento realizado por el Instituto Nacional de Salud Mental, y aparecieron de nuevo una y otra vez en los cincuenta años siguientes”). Se expone aquí el engaño y el interés económico que se esconde tras toda esta industria creada a partir del síntoma: “Si la psiquiatría hubiese sido honesta con nosotros, hace mucho que podría haberse contenido la epidemia. Los resultados a largo plazo se habrían hecho públicos y se habrían discutido, y eso habría disparado las alarmas sociales. Pero en vez de eso la psiquiatría nos contó cuentos para proteger la imagen de sus fármacos, y el que nos contara esos cuentos ha tenido como consecuencia que se haya hecho daño a muchos a una escala grande y terrible. Cuatro millones de adultos estadounidenses de menos de sesenta y cinco años de edad están hoy en la seguridad social o en el SSDI como discapacitados por enfermedad mental. Uno de cada quince jóvenes adultos (de entre dieciocho y veinticinco años) está ‘funcionalmente discapacitado’ por enfermedad mental. Unos 250 niños y adolescentes se añaden a diario a las listas de la seguridad social por enfermedad mental. Los números son escalofriantes, y a pesar de ello la maquinaria de fabricación de la epidemia sigue y sigue. Hay niños de dos años en nuestro país que ya han empezado a ser ‘tratados’ de trastorno bipolar”.

Los testimonios son excepcionalmente duros, desgarradores, seres humanos que nos narran cómo sus vidas se han convertido en un infierno, con un sufrimiento difícil de soportar, que finalmente les conduce a un estado de desconexión con el mundo, de alma rota, algo irreparable. Nos hablan de cómo “las medicinas te aíslan” o “bloquean la empatía” o te convierten en una especie de vegetal con dificultad para pensar o integrarse: te convierten en un sujeto simplemente dócil para el sistema (“Más aceptable, socialmente”). Especialmente difícil de afrontar el testimonio de una madre que nos cuenta —como tantas otras— cómo tras acudir con su hija pequeña por un mínimo problema de enuresis, su vida se convierte en un eterno peregrinaje farmacológico que desemboca en el internamiento de ésta años más tarde, ya muda, ya demasiado lejos. El recuerdo de la risa de esa niña en la memoria de esa madre…

Se trata, por tanto, de un libro pero también de una exigencia principalmente moral: “Necesitamos tener una discusión científica honesta. Necesitamos hablar sobre lo que se sabe de verdad de la biología de los trastornos mentales, sobre lo que realmente hacen los fármacos y sobre cómo incrementan el riesgo de que la gente se vuelva crónicamente enferma”. Algo difícil de recuperar más tarde como nos dice una paciente: “Pierdes el alma y ya no la recuperas jamás. Yo quedé atrapada en el sistema y en la lucha por tomar medicamentos”.

Autora del artículo: Ana Vega

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