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“La cultura hipster está repleta de millonarios desquiciados y suicidas”

Por El Cultural  ·  20.10.2014

Tal vez el mayor peligro de Indies, hipsters y gafapastas (Capitán Swing, 2014) sea el de los falsos positivos. Y es que el despistado barbudo con gafas de pasta que se tope con la portada del libro en su librería/vinoteca preferida podría perfectamente llevarse a casa lo que a primera vista parece un libro moderno en toda regla y en realidad es un despiadado corrosivo de la mentalidad hipster, de su hiperconsumismo, su elitismo banal y su conservadurismo político. Aunque, pensándolo bien, tal vez resulte una ventaja. Al introducir semejante caballo de troya en su vida, el hipster dejaría automáticamente de serlo, pediría disculpas, se apuntaría, por ejemplo, a un círculo de Podemos, y Víctor Lenore (Soria, 1972) habría ganado una nueva batalla de una larga guerra. Porque la primera la ganó contra sí mismo.

Y es que Lenore, con más de veinte años de periodismo cultural a sus espaldas y fundador del grupo activista La Dinamo, fue el hipster del que habla su libro. Un indie “enajenado”, un snob despreciativo al que pulirse quinientos euros en el Primavera Sound le parecía el mejor plan del mundo y la última de Michael Haneke, el colmo de la belleza. Y uno de esos periodistas culturales que se santiguaban ante la posibilidad de cubrir un concierto de Camela, que a fin de cuentas era lo que escuchaba masivamente la clase trabajadora, pero se cuadraba sin dudarlo ante lo nuevo de Los Planetas. Pero que nadie busque en estas páginas la reivindicación de un indie original y puro antes de la caída. No. No hay casi nada que conservar “de una cultura tan alienada y excluyente como la indie/hipster/moderna”, escribe Lenore. Además hoy viven mucha más animación esas plazas que se repolitizan a toda mecha al sol de la crisis que nunca se pone que los insalubres locales pop malasañeros. Y concluye: “Vistas todas las opciones, la mejor salida para nuestros hijos es que se hagan perroflautas”.

Pregunta.- Amarga victoria de lo hipster. La música indie se ha convertido en la banda sonora del capitalismo global y usted afirma que eso dice algo central sobre los valores de nuestra época.

Respuesta.- El periodista Thomas Frank explica que “las élites adoran las revoluciones que se limitan a cambios estéticos”. Eso es lo que ofrece la cultura hipster. Nuevos grupos musicales, gadgets y series cada cuatro meses, casi todas sin sustancia social ni política.

P.- Y sin embargo, de un tiempo a esta parte, a propósito de la aparición de nuevos movimientos políticos, del 15-M a Podemos, lo hipster parece haber caído en descrédito.

R.- No creo que lo hipster haya caído en descrédito. Las secciones de cultura siguen encumbrando a Leonard Cohen, Sr Chinarro o Wes Anderson como si fueran representantes del “buen gusto” indiscutible. Las agencias de publicidad apuestan por Russian Red, Pixies y Vampire Weekend como papel de regalo para sus lemas consumistas. Los iconos de mayor prestigio cultural, pongamos Bob Dylan o David Foster Wallace, siguen siendo hombres blancos occidentales con complejo de genio y que militan en el nihilismo cool. La vida hipster es emprendizaje, meritocracia y elitismo. La cultura post-15 M debería ser más empática, igualitaria y colectiva. No me extraña nada que la reina Letizia opte por la primera.

P.- Usted fue un moderno. He leído que hay quien compara su historia con la de una salida “de la droga”. Aunque a mí me recuerda más a la de quien ha logrado escapar de una secta. O del partido… ¿Se explicaría así tan fiera hostilidad contra los antiguos camaradas?

R.- La hostilidad no es contra las personas, sino contra los mecanismos de poder de la industria cultural. Hay crítica y autocrítica. No sé si es peor ser raeliano, adicto a la coca o militante del partido comunista esloveno. Las tres opciones son burbujas que te separan de la realidad. La cultura hipster funciona más o menos igual, pero usando las texturas “exquisitas” de Radiohead, la metaliteratura de Enrique Vila-Matas y los planos poéticos de la lluvia en Tokio de Isabel Coixet.

P.- Pero, ¿no encontramos también en su crítica de lo hipster una motivación no tan explícita? ¿Esa vergüenza que impone la madurez sobre nuestras actividades juveniles?

R.- Algo habrá, pero mis veinte o treinta años no me darían tanta vergüenza si me hubiera dedicado a participar en un sindicato, dar clases de español a migrantes o fundar una familia. Lo único que hacía era escuchar discos de moda, ver series de presunta calidad y currar como un esclavo para secciones de cultura y revistas molonas. Lo recuerdo como algo bastante vacío.

P.- Hay en su libro cierto desprecio por las clases medias, sustrato de lo hipster. Clases medias que despreciarían a su vez a las clases bajas de canis y chonis y su más baja cultura como ha denunciado Owen Jones.

R.- No tengo un odio especial por las clases medias. Sí rechazo los colegios privados, las urbanizaciones cerradas y los centros comerciales. Este año estaba viendo el documental El espíritu del 45 de Ken Loach y me emocionaba esa Europa que apostaba por la inclusión con programas de vivienda, educación y sanidad pública. Todo aquello terminó en los ochenta, gracias a las políticas de Reagan, Thatcher y Felipe González. Entonces el neón rosa se hizo cargo de las cosas. Me refiero a la cultura posmoderna que va de Alaska y los Pegamoides a raperos como Jay-Z o Kanye West. No hay que conformarse con la igualdad de oportunidades cuando podemos aspirar a la igualdad.

P.- ¿Y cómo se repolitiza un hipster?

R.- Hay ejemplos muy estimulantes de politización: pienso en músicos como Nacho Vegas, programas de radio como Carne Cruda e incluso periodistas como Jordi Évole (aunque no me gusten muchos capítulos de Salvados). En general, España se ha repolitizado a golpe de saqueo, recortes y desahucios. Según una encuesta de Metroscopia en 2013, un 72% del país piensa que el 15M tuvo razón en sus demandas. Eso implica que muchos modernos hemos salido ya de la inopia.

P.- Critica también a los hipsters de izquierdas y defiende que no se logrará un cambio político si no nos acercamos a unas masas muy poco cool…

R.- Intento evitar la palabra “masas” o ponerla entre comillas. Nuestro problema actual no son las “masas” aborregadas, sino las élites carroñeras. Hay libros que lo explican muy bien, por ejemplo Desigualdad de Wilkinson y Pickett o El problema de los supermillonarios de McQuaig y Brooks. La desigualdad económica no solo es rechazable, sino que tampoco nos hace felices. Eso se ve claro en la cultura hipster, repleta de millonarios desquiciados, neuróticos y suicidas como Kurt Cobain, Pete Doherty y David Foster Wallace.

P.- El gafapasta merece comentario aparte en su libro. Y definición impagable: “El cinéfilo que adora Lost in Translation pero detesta las comedias románticas de Tom Hanks y Meg Ryan, aunque no haya grandes diferencias entre ambas”. ¿Qué le patea más del cultureta gafapasta?

R.- Yo he sido más cultureta y gafapasta que nadie. Cuando no tienes apenas formación, terminas un libro como Rastros de Carmín (Greil Marcus) y te crees un experto en punk, situacionismo y vanguardia europea. En cambio, lees autores como Eric Hobsbawm y enseguida se te bajan los humos y empiezas a tomar conciencia de lo paleto de tu posición cultural. Prefiero los libros que tienen el segundo efecto.

P.- Detecta un circuito cerrado cultural: la galaxia de publicaciones culturetas y de tendencias, los grandes medios, la publicidad, los sociólogos pop, etc, que se retroalimenta, lubrica el consumo y no crea ningún problema político.

R.- Le pongo un par de ejemplos de endogamia. Cuando Álvarez Cascos cerró el Festival de cine de Gijón, que sin duda fue una cacicada, toda la prensa cultural se levantó en armas. No creo que hubiera pasado lo mismo si se cerrase un festival de cine feminista o de documental político. El grupo pop-rock Los Planetas nunca ha sido disco de oro, pero les hacen diez veces más entrevistas y reportajes que a Óscar Mulero, que es un disc-jockey techno de prestigio internacional. La diferencia es que Los Planetas son un grupo para hipsters y Mulero un discjockey que gusta a gente de clase trabajadora. Podemos leer cada día seis secciones de cultura y ocho webs de tendencias, pero no significa que tengamos catorce enfoques. Quizá solo tenemos uno. La prensa cultural “moderna” es un circuito cerrado y a ratos un club de autistas.

P.- El ambiente hipster era refractario a “hablar de política” y ahora las tornas se invierten. Russian Red declara que vota al PP, Nacho Vegas se lo reprocha y se monta tal jaleo que la cantante sale escarmentada y rechaza volver a hablar del tema. Parece que siempre que se exige una actitud política se omite, por obvio, “de izquierdas” ¿No adolece hoy la izquierda cultural de ese elitismo (en este caso moral) que usted reprocha al hipster?

R.- Russian Red y Nacho Vegas son excepciones que confirman la regla. La mayoría de la cultura “moderna” vive de espaldas a la realidad. Podemos llamarlo burbuja estética o torre de marfil. Los grandes movimientos de posicionamiento pop recientes fueron la Movida en favor del PSOE (un partido neoliberal de libro) y la cultura hipster de Estados Unidos en favor de Obama (incluso en la reelección, tras rescatar Wall Street y mantener abierto Guantánamo). Sí veo mucha superioridad cultural entre estos artistas “progres”.

P.- Hace bastantes años un grupo de manifestantes irrumpió en ese templo hipster que fue el Mercado de Fuencarral para denunciar “la comercialización de la revuelta”. Como otros tantos movimientos políticos radicales, ¿no está su libro obsesionado con la “recuperación”?

R.- Me parece fenomenal esa protesta. Aunque suene ingenua, supone un grado mayor de participación que comprar. Estamos en una época donde hay que buscar formas de relación cultural que vayan más allá del consumo. Si el mercado es capaz de reciclar tantas subculturas juveniles es porque tiene demasiado poder. La única forma que veo de contrarrestarlo es que el Estado se tome en serio que la cultura es un derecho de todos que está obligado a garantizar.

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