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En época de descubrimientos y fracasos

Por José Luis Amores  ·  09.04.2012

F. “La literatura está en crisis porque el modelo dominante de consumo cultural es el entretenimiento”, dijo Aleksandar Hemon en la presentación de la última antología de relatos que Dalkey Archive Press acaba de publicar. Al acto asistió también Nicole Krauss, escritora de éxito y esposa del escritor de éxito Jonathan Safran Foer, quien leyó (Krauss leyó) uno de los relatos. Efectivamente Krauss, que eligió para la ocasión una amplia camiseta verde militar brillante y de look arrugado sobre la que pendía un sencillo colgante de cuentas cilíndricas de madera y que consumió parte del contenido de la sencilla botella de agua mineral embotellada que los organizadores del acto le entregaron al comienzo del mismo, leyó el relato de la escritora y crítica rusa Danila Davydov titulado “El telescopio”, y pareció estar de acuerdo con Hemon cuando interpoló (Hemon interpoló) que el relato era una “obra maestra”. Como es sabido, Nicole vive en Brooklyn con Jonathan, con quien tiene dos hijos en común.

D. Hieronymus Bosch, más conocido como El Bosco, presta su menos célebre nombre a la primera versión de la novela Au temps des monstres et des catastrophes (2011), titulada L’inversion de Hieronymus Bosch (2005), del escritor, cineasta, músico y fotógrafo Alexis Mital, más conocido por el pseudónimo artístico Camille de Toledo. En época de monstruos y catástrofes, versión española publicada por Alpha Decay, es la primera entrega de la tetralogía narrativa Estratos. La narración se centra en la creación, ascenso y caída de un imperio productivo-comercial de artículos personales dirigidos a satisfacer la demanda mundial de entretenimiento y placer sexual. LWK, su creador, emigrado en su juventud desde la Italia rural hasta la Europa tematizada en Norteamérica, se rodea de una ecléctica guardia pretoriana con la que compartirá con generosidad su creciente fortuna. Los personajes, deliberadamente caricaturescos, irán sufriendo una metamorfosis causada por las fuerzas exteriores más provincianas y más globalizadas: la prensa, el poder de los grupos de presión, las masas, el consumismo idiotizado, el pasado, el terrorismo de vanguardia, el puritanismo e incluso la alta cultura o intelectualidad. Es de destacar la aparición estelar de El monje, quien metafóricamente vendió su Ferrari para dedicarse al altruismo anarquista o al anarquismo altruista.

F. “Hace muchos años, la biblioteca a la que iba me regalaba ejemplares del suplemento literario del Times, que en caso contrario hubieran sido arrojados a la basura. Yo los guardaba en una caja grande debajo de la cama, y los leía por la noche. Al final, los encontraba opresivos. El estilo uniforme. La serenidad. La sensación de que cada libro analizado, cada obra, podía incardinarse en la red de la cultura. Qué poco razonable era mi actitud: el Times Literary Supplement es magnífico, impecable; deberíamos dar gracias por su existencia, claro que sí. Pero encontraba el papel opresivo, y todavía ahora me acerco a él con cuidado. … Leo artículos en papel sólo si vienen recomendados por una fuente online digna de confianza. Entrar y salir. No quedarse atascado en las páginas literarias. No internalizar el tono de esas publicaciones. No hacer caso de sus valoraciones. Cultivar en su lugar una especie de barbarie ilustrada…”

D. Tengo aquí al lado la primera novela de un norteamericano de 29 años con un background curricular que tira de espaldas. Comienza así: “Cuando la universidad me retiró la beca, hice lo único que sabía: volví a New Jersey. De vuelta a una ciudad que no había llamado hogar durante años, que toda mi familia había abandonado, como si no hubiera sido yo el primero en marcharme, como si el tiempo entre la partida y el regreso hubiera sido un desperdicio. Había ingresado en el programa de doctorado universitario tres otoños antes, estimulado por lo que suponían cuatro años de estudios de filosofía, y preparado, por fin, creía yo, para dedicarme a la vida académica. Durante el primer año, pasé las mañanas y las tardes enclaustrado en las salas de lectura de la universidad, estudiando metafísica y teología, teoría de cuerdas y escatología. Las noches las pasaba escribiendo. No poseía virtualmente nada, vivía en un apartamento del tamaño de un cuarto de escobas, mis comidas se componían principalmente de cereales y fideos”. Huelga decir (qué anticuada está ya esta expresión, y qué asco que lo esté) que la novela es genial y que el día que se edite en español la va a disfrutar un montón de gente —que lea.

D. En Aire de Dylan, la nueva novela de Enrique Vila-Matas, Francis Scott Fitzgerald tiene un papel estelar, y su libro misceláneo editado póstumamente, El Crack-Up, tiene un cameo a modo de referencia. “Crack-up” significa quiebra, ataque de nervios, pero también partirse de risa, y de todo eso y más hay en el libro de Scott Fitzgerald, recientemente editado en español por Capitán Swing. “Enfadado por un centenar de cartas de rechazo, escribió un relato extraordinariamente bueno y lo vendió privadamente a veinte revistas distintas. De la noche a la mañana era lanzado veinte veces al público. La lápida mortuoria fue costeada por la Sociedad de Autores”, 172. “Ventajas de la educación: amplía el mundo normal y corriente”, 214. “Guionistas a sueldo, habiendo quitado toda vida a un relato, la sustituyen por los malos olores de la vida: un pedo, un chiste verde, una broma asquerosa”, 228. Para comprender bien esta última cita hay que leer Aire de Dylan. Quiero decir que hay que leer Aire de Dylan. Y después, o al mismo tiempo, El Crack-Up.

F. En estos momentos no puedo revelar el título de la novela ni el nombre de su autor porque se trata de un descubrimiento al que he tenido el privilegio de asistir gracias a una nueva amiga norteamericana, y gracias también a la gentileza de una amiga de esa amiga que es editora (la amiga de segundo grado) y que me la ha enviado a casa. Se ve que hay un cierto movimiento en las tripas del mercado para ver quién la edita —en español— y que ese movimiento ya se ha producido en Alemania, Francia e Italia, donde se la han quedado los mejores, o al menos los que disponen de más recursos. No exagero cuando digo que es verdaderamente buena. Pero si ahora me pongo a elogiarla, como aquel que dice antes de tiempo, existe el peligro de que la cotización del artefacto suba más de la cuenta y de que finalmente se lleven el gato al agua los menos idóneos para ello. Porque las editoriales más interesantes son aquellas que todavía no se han convertido en supermercados o grandes almacenes, aquellas cuyas estructuras de producción son escuetas y no pueden permitirse el ¿lujo? de alimentar varias líneas diferentes —me refiero al término “colección”, que en las editoriales pequeñas es redundante e incluso fantasioso—. Aquellas cuya opción es menos aprovechar una tendencia que descubrirla o incluso aspirar a marcarla. Aquellas en las que el riesgo no es una elección sino la mera razón de su existencia.

D. Raymond Queneau definió a los integrantes del OULIPO como ratas que construyen el laberinto del que después intentarán escapar. Se refería a la cuestión de la forma en el arte de la ficción, decimonónicamente constreñido por una única y sempiterna y aburrida forma primordial: planteamiento, nudo y desenlace, todo ese rollo de la trama, etc. Pero no sólo los escritores, sino también la mayoría de lectores, se constriñen a sí mismos en un sencillo laberinto del que de antemano conocen la salida; un artefacto simplón del que no les costará ningún esfuerzo escapar. La ficción mayoritaria sabe que debe seguir ese patrón que emula el aburrimiento vital de sus lectores, sus páginas tan soporíferas y a modo de rueda para esos hámsters semipeludos llamados humanos. Marc Saporta se cargó la rueda, descuajaringó el juguete preferido de los lectores, suprimió el orden. Contó cosas de Marianne, de Dagmar, de Helga en episodios simples que no ocupaban más de una cuartilla y después las desordenó y las publicó sin pegamento ni hilo, metidas en una caja con el título Composición nº 1 a modo de portada, lomo y contraportada. Ahora Capitán Swing las ha editado decorándolas por detrás con melodías de letras aleatorias que no significan nada, sólo hacen bonito. Una bonita forma de acabar con el sadomasoquismo implícito en los números de página.

F. Los verdaderos descubrimientos (D.) suceden así. Un tipo que desperdicia su tiempo de estudios escribiendo páginas que no sabe si le conducirán a algún sitio que no sea de vuelta a casa, directo al fracaso (F.). Una agente experimentada que las lee y sabe que ahí hay algo que se sale de lo común. Un editor o editora que se deja impulsar por el criterio de la agente experimentada. Una ronda de consultas. Una novela. Otra ronda de consultas. Uñas comidas. Mercado. Y antes de seguir creo que debo aclarar que la amiga de segundo grado tampoco es española ni vive en España y que la editorial para la que trabaja es extranjera y está radicada en Londres, donde al parecer finaliza el período de cocción de buena parte de los asuntos literarios importados del otro lado del Atlántico que podrían concernir a la vieja Europa. Pero según cuentan Hemon y Krauss (ver primer Fracaso), la atención no es recíproca: menos del 3% de los libros vendidos en USA son traducciones, y además en parte de ellos las editoriales ocultan el nombre del traductor, para que el consumidor potencial no se cosque de que, al ponderar pros y contras de la adquisición, en realidad está valorando la compra de un producto extranjero adulterado, directamente llegado del Más Allá, un espalda mojada, un inmigrante literario, un indeseable.

D. (y en gran parte F.) Scott Exposito dijo: “A la literatura que cuestiona las ideas establecidas se acercarían más lectores si sus defensores dejaran de elogiarla haciendo que parezca sadomasoquismo”. Sí, esa clase de tortura infligida a Jonathan Franzen según David Foster Wallace cuando le escribía (Wallace escribía) a Don DeLillo esta postal de aquí abajo: “Todavía no he leído a Gaddis, pero estoy en contacto con Franzen, a quien parece que le han encargado la tarea de escribir un artículo exhaustivo sobre Gaddis para el New Yorker, y está pasando apuros”. Y lo escribió, vaya si lo escribió (Franzen escribió).

José Luis Amores

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