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El sur, mi gran sur

Por Koult.es  ·  13.06.2013

 

“Vivir en cual­quier parte del mundo hoy y estar con­tra la igual­dad por motivo de raza o de color es como vivir en Alaska y estar con­tra la nieve.” W. Faulk­ner

Si alguien repre­sentó la rabia y la dig­ni­dad secu­lar de un pue­blo derro­tado e inte­grado a la fuerza en un país que sen­tía ajeno fue William Faulk­ner (1897–1962). Un sur humi­llado por la impe­tuo­si­dad de Lin­coln que quedó con muchas heri­das por cerrar y mucho por recons­truir. Pobla­ción escla­vista, sí, y tam­bién conec­tada con la tie­rra y con la natu­ra­leza de un modo puro que los nor­te­ños habían ya aplas­tado indus­trial­mente, que se batía inte­rior­mente con la incor­po­ra­ción de los negros a la socie­dad civil y, sobre todo, con una eco­no­mía que no les repre­sen­taba. William Faulk­ner, desde luego absuelto de toda velei­dad ultra, supo enten­der que más allá del racismo había un ger­men de radi­cal alte­ri­dad en sus con­ciu­da­da­nos. Ensa­yos y Dis­cur­sos (Capi­tán Swing, 2012) com­pila los escri­tos opi­na­ti­vos de este gigante de las letras donde res­pira sobre todo el espí­ritu de su New Albany natal.

El autor ame­ri­cano era un hom­bre sen­ci­llo que amaba su liber­tad enten­dida de un modo muy dis­tinto a sus veci­nos del norte. En sus escri­tos y de un modo casi didác­tico trata de expli­car a sus veci­nos cómo fun­ciona la men­ta­li­dad del sep­ten­trión… y a los nor­te­ños cómo fun­cio­nan los suyos. La uni­dad básica de vida del sureño es su terruño, su granja, su cose­cha. Ver pasar, con suerte, una decena de per­so­nas durante sema­nas; sen­tado al por­che de su casa, con el arma a mano para defen­der su vida y pro­pie­dad a kiló­me­tros de la auto­ri­dad com­pe­tente. Con­ce­bir una nación unida tran­sita en la cabeza sureña de lo pequeño a lo grande, de la casa al con­dado, de allí al Estado y por último al país. Una suma de indi­vi­dua­li­da­des que el norte no entiende –más cohe­sio­nado por el mer­cado eco­nó­mico– y que puede esta­llar vio­len­ta­mente, ase­gura Faulk­ner, si se pre­siona demasiado.

La lle­gada de las tro­pas yan­kis no ha hecho tabula rasa en la socie­dad civil del sur. La con­ser­va­ción de lo pro­pio en medio de la nada se con­si­gue arrai­gando cos­tum­bres, ensam­blando ruti­nas. Si pre­tende impo­ner la inte­gra­ción de la raza negra, dice Faulk­ner, a tra­vés de las leyes nadie, ni los más acé­rri­mos igua­li­ta­ris­tas, va a acep­tar­las de buen grado. Este pro­ceso va a con­lle­var humi­lla­ción, y nadie quiere más humi­lla­ción. Humi­lla­ción tra­du­cida desde un des­pre­cio al estilo de vida de gene­ra­cio­nes. Hasta los líde­res negros sure­ños avi­san: pacien­cia. Los méto­dos del norte no valen para los del sur.

Los cam­bios his­tó­ri­cos que pro­pugna Faulk­ner con sere­ni­dad, con la pacien­cia con­tra el ava­sa­lla­miento del norte, nos mues­tran una des­pierta con­cien­cia cuasi nacio­nal que busca su lugar en un mundo cam­biante donde al mismo tiempo sus valo­res están obso­le­tos. En las líneas de Faulk­ner se intu­yen tér­mi­nos de una cul­tura dis­tinta, con­quis­tada por la domi­nante pro­ve­niente de Washing­ton y no de una parte de una misma nación.

El sueño de Faulk­ner: la libre com­pe­ten­cia de espí­ri­tus expli­cada en el libe­ra­lismo clá­sico com­pa­ti­ble con un pro­gre­sismo racial basado en la igual­dad de con­di­cio­nes de par­tida que per­mita a todos alcan­zar esa cierta aus­tera épica del “por­che y el rifle”. Una obse­sión y una pasión que pro­pugna una vida tran­quila ape­gada a sus tareas, en su caso las de escri­tor. Faulk­ner denosta la intro­mi­sión en su vida pri­vada durante los pri­me­ros pasos de la prensa rosa –ama­rrada a la men­ta­li­dad del norte capi­ta­lista más que a la apa­ci­ble fami­lia­ri­dad del sur– una ver­tiente cica­tera de la infor­ma­ción que ha pro­vo­cado miles de pági­nas de refle­xión desde fina­les del siglo pasado hasta prin­ci­pios de este, y que en la actua­li­dad ha dege­ne­rado en el famo­seo y en la dic­ta­dura de la ima­gen pública de la que auto­res como Salin­ger y Pyn­chon tam­bién tra­ta­ron de huir mien­tras que otros la aprovechan.

En estos ensa­yos no fal­tan el cul­tivo de la crí­tica lite­ra­ria, la polí­tica, las car­tas a los perió­di­cos y las que­re­llas lucha­das como un lla­nero solitario.

Todo ello, eso sí, desde la auto­ri­dad del sur.

 

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