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El sistema nervioso de un organismo vivo

Por Diagonal  ·  08.07.2014

La historia falsa y otros escritos es el último libro de Luciano Canfora editado por Capitan Swing, un compendio de textos donde el historiador y filólogo clásico reflexiona sobre el presente –en concreto sobre la situación política actual– en relación al pasado. Pero en Canfora, ese pasado antiguo no es estático sino continuamente contemporáneo. Es un pasado que se transforma no sólo a la luz de los datos que pudieran aportar nuevas investigaciones sino, principalmente, gracias al análisis que Canfora efectúa para señalar cómo los hechos se transforman en base al modo en que se narran.

Erudito excéntrico, observador perspicaz, puntilloso, irreverente, lúcido, irónico… Teniendo siempre como guía esa escurridiza (pesada) verdad que de estar en alguna parte –al menos en cuanto a la organización política se refiere– debería estar en el lugar de la justicia social, Canfora piensa y repiensa ese «devenir histórico que continúa incesante bajo nuestros ojos» empujado por la necesidad de entender.

Se trata de un pensar en libertad, un pensar que se articula al margen de lugares comunes, correctos o cómodos, sobrentendidos, medias verdades, modas léxicas o temáticas en vigor, pero también al margen de la polémica fácil, la arenga partidista o la extravagancia llamativa. Un pensar que acomete la titánica tarea de decir sin decir. De decir sobre hoy, sobre Europa, sobre el retorno a la esclavitud, la delincuencia bancaria, el final del bipartidismo o el imperialismo de los derechos humanos estudiando el pasado. Estudiándolo como historiador pero también –y ahí reside gran parte de su originalidad– como filólogo clásico.

Canfora estudia el pasado para pensar el presente como lo haría un acupuntor en el supuesto de que la historia fuese como el sistema nervioso de un cuerpo vivo; tocando puntos en apariencia aislados con la intención de hacer surgir resonancias, de aproximarse a través de nuevas vías, por analogía y diferencia pero también por asociación, alusión, oposición o contrapeso, no a un centro, pues no puede haberlo, sino al conjunto –ese acervo que nos define como cultura y sobre el que recae la necesidad de entender para poder contar, y contar para contar, esto es, para que lo dicho sea tenido en cuenta–.

El de Canfora es un pensamiento que explora los síntomas de un momento dado dibujando constelaciones de acontecimientos a modo de mapa de conocimiento que permitiría redefinir, reubicar e incluso renombrar la cuestión. La cuestión, como siempre (en términos sociopolíticos), de dónde estamos, cómo es posible que estemos donde estamos y hacia dónde vamos. En palabras suyas, hacer que «el conocimiento del precedente antiguo sirva de brújula frente a la nueva realidad con que tenemos que medirnos».

Se trata de un procedimiento de largo alcance. Por un lado, cada punto neurálgico, cada punto de luz en relación a los otros puntos de esa constelación, por así decir, tocados, traídos a colación, por ese Canfora acupuntor, necesariamente alumbran una nueva perspectiva que desencadena, cual cascada de piezas de dominó, otros interrogantes; –es entonces que se hace viva la impresión de que la historia, como el tiempo, es relativa si se la intenta mirar desde un único lugar–. Por otro, la certeza de que la imagen sobre la que construimos la realidad presente, y sobre la que gira la retórica política –hecha acto hoy–, se vacía quedándose desnuda como se queda el rey cuando los ojos del niño no pervertidos por construcción alguna lo miran.

Es el pasado que permite a Canfora devolver la mirada al origen, liberarla de construcciones falsas, mantenerla inquieta… Es acercándose a Atenas para observar qué no era la democracia, indagando en las vidas de Cesar, Napoleón o Espartaco los rasgos que definen a héroes y tiranos, observando el éxito y el fracaso de revoluciones y levantamientos, vigilando el recorrido de epístolas, testamentos y palabras dichas por –o falsamente atribuidas a– aquellos hombres y mujeres que finalmente son, tanto con sus pasiones como circunstancias sumados al azar que las pone en relación, quienes ceden su rostro a la historia, que Canfora entrevé otra posibilidad, otro cuadro, otro paisaje, donde los detalles y matices intervienen en el conjunto deformado por el desconocimiento, la inercia o más habitualmente el interés.

Aunque a lo largo del tiempo podamos reconocer esquemas semejantes, «por lo demás –como diría Canfora–, no hay fenómenos históricos eternos».

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