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El precariado, la peor herencia

Por El Pais  ·  23.10.2014

Acaso haya aspectos discutibles en la acción política del Gobierno del PP en estos tres años de legislatura, pero no en materia de desempleo. El balance en este territorio es tan malo que no se justifican para nada los propagandísticos párrafos del presidente Rajoy en su artículo publicado en El Mundo (“la reforma laboral está detrás de la mejora en el empleo que está creciendo a un ritmo muy superior al que tradicionalmente se producía en España con esta tasa de actividad”), ni sus críticas palabras contra “una nueva leyenda negra que cuenta sin descanso que las cosas van siempre mal en España” y “contra el fatalismo infecundo, el pesimismo interesado o el enfado permanente que tiran por la borda unos logros que son excepcionales”.

No se trata tan sólo de que en estos momentos la tasa de desempleo sea tan desdichada, o incluso peor, que la que había con los socialistas en el último trimestre de 2011 (23,67% frente a un 22,85%) —lo que da derecho a hablar de tres años perdidos— sino del resto de los aspectos que acompañan a una reforma laboral que se justificó en la enorme dualidad entre asalariados fijos y temporales en el mercado laboral español, la mayor de los principales países europeos.

Tal dualidad no se ha corregido para nada tras esa reforma que, además, ha facilitado a traición (porque de ello no se decía nada en su justificación normativa) una devaluación salarial que ha reducido la capacidad adquisitiva de la mayor parte de las familias españolas. Los últimos datos del INE y de la Agencia Tributaria ponen de manifiesto las bajas retribuciones de una gran parte de los trabajadores españoles. Y todavía hay agencias como la OCDE o el Fondo Monetario Internacional (FMI) que insisten en que se profundice el ajuste salarial… para salir de la crisis. ¡Qué tiempos en los que el mal era el mileurismo!

Otro informe, este de la sociedad de gestión de crédito y ahorro Intrum Justitia, dice que casi la mitad de los jóvenes españoles entre 15 y 24 años, piensa en emigrar fuera de España en busca de prosperidad. Tan sólo Grecia, dentro de Europa, nos supera (el 53% de los jóvenes). Y en el estudio sobre el trabajo, correspondiente a 2013, PricewaterhouseCoopers (PwC) se señala que sólo en el año 2033, un cuarto de siglo después del inicio de la Gran Recesión, España recuperará el porcentaje de desempleo anterior a la crisis económica.

Así pues, pocos indicios objetivos de optimismo en este terreno, que es el que diferencia en primera instancia a nuestro país de cualquier otro europeo, exceptuando a Grecia. La magnitud del paro y la degradación del empleo son las que ha hecho aparecer entre nosotros un nuevo concepto: el del precariado.

Debido al profesor de la Universidad de Londres Guy Standing, creador del Índice de Trabajo Decente (léase El precariado. Una nueva clase social, en la editorial Pasado/Presente, o Precariado. Una carta de derechos, en Capitán Swing editorial), el precariado es un conglomerado heterogéneo de varios grupos sociales, fundamentalmente jóvenes con formación (aunque no sólo), cuya situación laboral es incierta y que se encuentran a medio camino entre la exclusión y la integración social.

El precariado, o está en paro, o tiene un contrato a tiempo parcial involuntario, o un contrato temporal. Sin un anclaje estable en el trabajo, sin la identidad que da un puesto más o menos seguro, centenares de miles de personas se van incorporando a este grupo que ni pertenece a la clase obrera, ni a la clase media, ni a la economía sumergida. No tienen contrato social con la sociedad y en muchos casos, avisa Standing, pueden dejar atrás las razones morales para respetar las leyes, cuya transgresión llega a ser su única forma de sobrevivir.

Más de la mitad de los jóvenes españoles carece de empleo, hacinándose en la búsqueda de un puesto de trabajo eventual. Cientos de miles de ellos viven de salarios y subsidios que no les permiten alcanzar unos estándares de vida mínimamente decentes. En la pared de una calle de Madrid hay un grafiti que dice: “Lo peor sería regresar a la vieja normalidad”. Esa sería la peor herencia de este Gobierno.

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