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El bote que hundió a Hitler

Por El Periódico  ·  01.10.2015

‘Remando como un solo hombre’ relata la gesta de EEUU en los Juegos de Berlín de 1936.

 

Adolf Hitler quiso aprovecharse de los Juegos Olímpicos de Berlín de 1936 para mejorar la imagen internacional de la Alemania nazi y también glorificar la superioridad de la raza aria. Su propósito se quedó a medio camino. Consiguió engañar a buena parte de la opinión pública internacional y ganar tiempo mientras se armaba para la mayor guerra de la historia. Sin embargo, deportivamente, la supremacía aria quedó ridiculizada por la figura de Jesse Owens. Pero el velocista, que conquistó cuatro oros en el estadio Olímpico, no fue el único que amargó al Führer. Ocho años antes de que el desembarco de Normandía empezara a torpedear sus sueños, un bote de remos estadounidense también le hundió en Berlín. Y eso que no sabía lo mejor. El timonel era judío.

‘Remando como un solo hombre’ (Nórdica Libros y Capitán Swing) es el trepidante relato de aquel equipo que le fastidió la tarde a Hitler. Daniel James Brown cuenta con nervio novelesco la historia de los que eran para Al Ulbrickson, el entrenador del aquel glorioso grupo, “los mejores que he visto sentados en un bote”. Pero no es solo una historia deportiva más. Es el relato de un grupo de jóvenes que insuflaron ilusión y esperanza a un país hundido en la Gran Depresión tras el ‘crack’ del 29. Joe Rantz, un pobre diablo que se aferró al remo para no hundirse en la miseria económica y moral que le rodeaba, es el símbolo de la lucha de un país y el hilo conductor de esta apasionante historia.

Mientras gente como Rantz, de orígenes más que humildes y golpeado por la vida durante toda su infancia y adolescencia, luchaba codo con codo con otros chavales de la Universidad de Washington por un puesto en el equipo olímpico, en Grünau, a las afueras de Berlín, se prohibía el Club de Remo Judío Helvetia, donde se iban a celebrar las pruebas de remo. El antisemitismo no solo recorría Alemania. También reptaba por EEUU. De hecho, el padre de Bobby Moch no quiso decirle que era judío hasta que este se marchó a Berlín. “Gaston Moch le contaba a su hijo que cuando conociera a sus parientes de Europa sabría por primera vez que él y su familia eran judíos. A su padre le pareció que para tener éxito en EEUU era necesario esconderles a sus amigos, vecinos e incluso a sus propios hijos un elemento esencial de su identidad”, explica el autor.

Como destaca Brown, hoy en día cuesta imaginar la repercusión que un deporte como el remo pudo tener en Seattle. Pero entonces, en los años 20 y 30, era una actividad que movía masas. Era el segundo deporte más seguido en los Juegos y en las universidades de EEUU tenía una aceptación a la altura del fútbol americano, llenando páginas y páginas en los periódicos de todo el país. Las gestas de los chavales de la Universidad de Washington dieron a la ciudad de Seattle, azotada por la crisis, algo de lo que uno podía estar orgulloso.

‘Remando como un solo hombre’ consigue transmitir la camaradería que se fue formando entre aquellos chavales, las dudas e inseguridades que estuvieron a punto de hacer zozobrar su bote y cómo acabaron llegando a puerto. “Todos eran hábiles, todos eran duros y estaban decididos, pero también eran todos buenas personas. Todos tenían orígenes humildes o habían sufrido una cura de humildad debido a los estragos de la época. Y la humildad era la puerta de entrada común a través de la cual ahora podían juntarse y empezar a hacer lo que no habían podido hacer antes”. Después de una durísima competición con la Universidad de California, terminaron consiguiendo el billete para los Juegos Olímpicos y embarcaron su bote, el ‘Husky Clipper’, en el ‘Manhattan’, el buque de vapor que los llevaría hacia la gloria.

“Bienvenidos al Tercer Reich. No somos lo que dicen de nosotros”, rezaba un cartel a su llegada a un Berlín en el que las autoridades habían quitado de las calles todos los carteles antijudíos y también a todos los gitanos. Cuando les saludaban con “Heil, Hitler”, ellos respondían “Heil, Roosevelt”.

“Hitler no tenía ninguna intención de acoger los Juegos. Casi todo lo que tenía que ver con la idea le ofendía –escribe el autor de este apasionante libro–. El año anterior había tachado los Juegos de invención de judíos y masones. La misma esencia del ideal olímpico –que deportistas de todos los países y razas se mezclaran y compitieran en un plano de igualdad– era incompatible con el principal postulado del Partido Nacionalsocialista: que el pueblo ario era manifiestamente superior a los demás”. Pero Joseph Goebbels, el astuto ministro de propaganda, le hizo comprender que era la “oportunidad única de ofrecer al mundo una imagen de Alemania como Estado moderno y civilizado, un país amable pero poderoso, que el mundo debía reconocer y respetar”.

Pese a ganar la primera regata y clasificarse directamente para la final, les dieron el peor carril, a merced de los vientos, mientras ofrecían los carriles resguardados al país anfitrión y a Italia, su más estrecho aliado. Los peores fueron para sus futuros enemigos: EEUU y Gran Bretaña (capitaneada por el padre del actor Hugh Laurie). La final fue una lucha contra los elementos, contra el viento y contra el hecho de tener a su remero estrella medio moribundo. Tras conseguir recuperar la desventaja de un mal inicio condicionado por todos estos factores, al estar pegados a las gradas, los remeros no podían escuchar las órdenes del timonel, ahogadas por los gritos de 75.000 espectadores que no paraban de animar a los gladiadores alemanes.

Hitler, que había celebrado el oro alemán en las cinco primeras regatas, levantó el puño tras el final de la prueba estrella de la tarde, la de ocho con timonel, convencido de que Alemania se había impuesto en un apretadísimo final. Pero los cánticos pararon en seco y el Führer se dio media vuelta y volvió al edificio a grandes zancada después de que se anunciara la victoria norteamericana, seis décimas de segundo por delante del bote italiano y un segundo por delante del alemán. Nueve años después le llegó la derrota definitiva.

Autor del artículo: Roger Pascual

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