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¿Dónde estaba tu dealer cuando estudiabas Periodismo?

Por PlayGround  ·  17.04.2014

«—Tú te vienes con nosotros.

Iban a encerrarle en un garaje y a tenerle allí atado hasta que llegara la coca.

—Tú puedes venir si quieres —le dijo a Alice.

Alice no podía dejar de llorar.

—Bah, no harías más que estorbar, en realidad —dijo Leslie.

Swan tenía la ropa llena de sangre. Tendría que cambiarse, dijo Leslie, para pasar delante del portero. Swan se inclinó hacia delante en el sofá y le goteó la sangre en los zapatos. Tendría que cambiarse también los zapatos.

Cuando se lo llevaron, Alice se echó en el sofá y lloró. Y rezó. Llamó a Trude daniels para pedirle que le cantara un salmo pero nadie contestó.

En cuanto Alice cogió el teléfono, éste volvió a sonar. Era Swan. Se había escapado.

—Coge todo el corte que puedas encontrar, mételo en una bolsa y sube a casa de Jeannie. Yo llegaré en seguida y nos largaremos.»

Ciego de nieve, Robert Sabbag (Capitán Swing, 2013)

No estamos en Hollywood ni en una teleserie rocambolesca sobre traficantes de mediopelo en los suburbios de Nueva York. Escrito en 1976, este fragmento de Ciego de nieve es el trabajo periodístico más exhaustivo acerca del tráfico de cocaína en Estados Unidos hasta la fecha. Lo leían periodistas que querían salir de sus exasperantes jornadas de oficina a los propios dealers de alto vuelo como Swan, el tipo que vertebra la obra. Roberto Saviano, con su recién publicado CeroCeroCero, esnifa directamente del libro de Sabbag.

Hoy es una pena que en las facultades de periodismo, en lo que se refiere al ya de por sí escaso interés de los profesores por el periodismo literario, el temario apenas alcance a Truman Capote y Tom Wolfe. Pedir algo de Gay Talese sería un milagro, igual que exigir a Hunter S. Thompson. No es cuestión de morbo. Tampoco se trata de buscar los tiros, las putas y las drogas.  En realidad, la idea al reclamar estas preciadas obras periodísticas es, precisamente, subrayar que un profesional de la comunicación puede intervenir y adentrarse tanto como considere oportuno en ámbitos cuya presencia pueda llevarle a marrones tan grandes como los riesgos que corre. Incluso el mencionado caso de Saviano, bestseller mundial y reclamado por el periodismo, resulta un nombre exótico en las universidades, y su puesta en valor una anomalía que complica los menesteres del académico de turno.

Una estrechez de miras similar sucede en las facultades de economía —risas—, donde quien suscribe pasó un par de años. Allí la pluralidad tampoco es un bien preciado. Sí, es más que obvio comentarlo a estas alturas, pero es lo que uno piensa cuando saluda en librerías la llegada de Los filántropos en harapos, de Robert Tressell (Capitán Swing, 2014). Ni corto ni perezoso, Tressel publicó en 1914 una novela documental —por decirlo de algún modo—que plasmaba, con todo detalle, el día a día de los obreros de la Inglaterra de la época. Veamos un breve ejemplo de cómo se lo monta Tressell en los albores del siglo pasado, a partir de un personaje de la novela:

«—Primero distinguiremos a quienes no sólo no hacen nada, sino que ni siquiera aspiran a ser de ninguna utilidad; las personas que se considerarían desgraciadas si, por casualidad, realizaran algún trabajo útil. En este grupo se incluye a vagabundos, los mendigos, la «Aristocracia», las gentes de «Sociedad», los grandes terratenientes y, en general, todos aquellos que poseen riqueza heredada.»

Un siglo atrás, Tressel lo tenía claro: la utilidad de las elites iguala a la de aquellos que están fuera del sistema.

Hacia 2005 las batallas que teníamos en clases de microeconomíaa para encontrar el equilibrio de Pareto y el Coste Marginal eran alucinantes. Los Pitagóricos fundamentalistas, que resolvían matemáticamente la existencia de Dios, son ahora grises profesores universitarios de economía —de la pública y de la privada— que llevan décadas apelando a modelos de los que sus propios creadores renegarían si estuviesen vivos: «la buena salud de la economía española se fundamenta, en esencia, en el fuerte aumento de la productividad continuada desde mediados de los noventa hasta la actualidad», decían. En efecto, mi profesora de Economía Española, joven, dinámica y molona, sentenciaba de un plumazo a tres años del crack el majestuoso porvenir de mi generación de fuckers. Robert Tressell, como tantos otros senseis del lado oscuro del capitalismo onfierista, brilla por su ausencia como lectura recomendada. Ni siquiera para cumplir con una cuota de mirada alternativa.

La venganza de la historia

Volvamos ahora al siglo XXI:

«La mayor concentración de ingresos y riqueza en manos de una minúscula élite no sólo constituye una grave afrenta a la justicia social y al más mínimo sentido de la igualdad de cualquier comunidad de individuos, sino que los datos muestran claramente que una mayor desigualdad alimenta la criminalidad, erosiona la democracia, divide las ciudades, impide el acceso a la vivienda, distorsiona la economía, genera marginación social, intensifica las tensiones étnicas, es una barrera para las oportunidades y ahoga la movilidad social.»

Al habla Seumas Milne en La venganza de la historia.

¿Y a qué nos suena este discurso? Cualquiera diría que, en efecto, se trata del mantra que todo indignado conoce y difunde cagándose en todo, y con razón. La constatación de esta delirante brecha que separa el jacuzzi y el Cayenne del Lidl y el Primark es un discurso necesario que está en boca de casi todos desde hace años. La gracia de este fragmento, en cambio, no es otra que su fecha de publicación: agosto de 2007. Justo un año antes del epicfail de Lehman Brothers. Costaba esfuerzos y sudores fríos creerse antes de 2008 lo chungas que podían ponerse las cosas: ser apocalíptico nunca ha molado especialmente, y menos cuando estás molestando en la cola VIP de una discoteca con descuentos para universitarios que llevan dos años de carrera y todavía nadie se ha dignado a enseñarles algo más allá de la fascinante Historia Medieval.

Vale que culpar a alguna institución concreta —profesores, estudiantes, el Sistema— de esta asincronía académica suena a recurso fácil y loser, además de una generalización injusta. Sin embargo, la historia demuestra que mantener una cierta prudencia y memoria siempre es necesario, y los tres libros que aquí se refieren son literatura necesaria para cualquier momento. Ciego de nieve, Los filántropos en harapos y La venganza de la historia son tres títulos imprescindibles para todo aquel cansado de encontrarse lo mismo en las bibliografías académicas de ciencias sociales. Ahora y siempre, buena merca.

Ciego de nieve, Los filántropos en harapos y La venganza de la historia son tres títulos imprescindibles para todo aquel cansado de encontrarse lo mismo en las bibliografías académicas de ciencias sociales. Buena merca.

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