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Diez días que sacudieron el mundo, John Reed

Por Indienauta  ·  01.11.2017

La revolución será de la clase obrera o no será. A los que aún creemos en esta frase sabemos que hay un centenario muy especial en este octubre a puntito de acabarse: el de la Revolución Rusa. Felizmente, dos editoriales estupendas como son Nórdica Libros y Capitán Swing han hermanado sus fuerzas para reeditar y dar lustre —en una edición portentosa, definitiva, con nueva traducción de Íñigo Jauregui e ilustraciones espectaculares de Fernando Vicente, tan sólo echad un vistazo a las imágenes incluidas en el artículo, poco más se puede añadir— a Diez días que sacudieron el mundo, del norteamericano John Reed. El clásico por antonomasia, referencia fundamental de la crónica periodística, y aún hoy lectura indispensable para zambullirse y conocer de primera mano los acontecimientos de otoño de 1917.

Nacido en Portland, Oregón, en 1887, los muy pudientes orígenes de Reed no hacían presagiar su vida de película —de hecho, Rojos, de Warren Beatty se basa en ella— ni su «izquierdismo», que comenzó a «brotar» al instalarse en Greenwich Village, Nueva York, donde inició su labor periodística. La revista socialista The Masses, su primer encarcelamiento —vendrían más— por apoyar a unos huelguistas, su presencia en la Revolución Mexicana de Pancho Villa en 1913, narrada en el también esencial México insurgente —¿habrá «colección Reed» Capitán Swing & Nórdica?, sólo se admite el sí por respuesta—, o reportajes de marcado carácter sociopolítico como el de la «masacre de Ludlow» —la represión criminal, veinte muertos entre los cuales once niños, de los esbirros de Rockefeller contra los mineros en huelga— forjaron a fuego a un reportero fieramente comprometido, sin miedo a exponerse. Los siguientes pasos serían la Primera Guerra Mundial, cubriendo todo el frente oriental y, finalmente, Rusia. Publicado en 1919, Diez días que sacudieron el mundo se convirtió rápidamente en una celebradísima obra, pero el regreso de Reed a Estados Unidos no fue nada feliz. Acusado de espionaje, el periodista pudo escapar a Moscú, donde murió de tifus en octubre —claro— de 1920. La URSS le tributaria funerales de héroe, enterrando su cuerpo en el Kremlin, honor de honores.

Hay algo verdaderamente emocionante en enfrentarse de nuevo a Diez días que sacudieron el mundo —parece que han pasado mil años desde la primera vez, plena época universitaria—. Y no es tan sólo que su texto no ha envejecido un ápice —la labor de Jauregui seguro que también ha tenido mucho que ver—. Es que, en mi opinión, continúa resultando incomparable y, en esta era de ruina e ignominia de la otrora noble profesión del periodismo, casi un milagro. Tras un primer esfuerzo, didáctico y necesario, de asimilación de las decenas de nombres conformados por los actores principales y las organizaciones rusas que protagonizaron la Revolución, la prosa del estadounidense no se anda con rodeos y te sumerge en un proceso tan convulso como extraordinario. Reed, junto a su pareja Louise Bryant, también escritora, periodista y anarquista, fueron testigos de excepción de los «hechos de octubre». Y si el lector pone de su parte, no se siente intimidado por la envergadura del volumen, ni por los vaivenes lógicos de los acontecimientos diarios ni el batiburrillo de nomenclaturas, Comités, retóricos discursos y grandilocuentes declaraciones, muy pronto también él/ella lo va a ser.

El II Congreso de los Sóviets de Obreros, Soldados y Campesinos de Petrogrado, múltiples cónclaves de las facciones protagonistas, con encuentros y entrevistas a varios de sus líderes, incluidos Trotsky y Lenin, azarosas y concurridas asambleas con debates eternos que también nos sirven para explorar los interiores, en sentido literal y figurado, del Palacio Smolny, cuartel general del Partido Bolchequive. Mucha acción, como esas intempestivas visitas a las comisarías, las barricadas en las que el autor se juega, sin exagerar, la vida, o las diversas movilizaciones y protestas —«tumultos pacíficos» y de los «otros», como el mítico asalto al Palacio de Invierno— obreras ante los tejemanejes del Gobierno Provisional liderado por Kerensky y los episodios represivos de los defensores del zarismo, las élites que no querían ver socavado su poder, defenestrado en marzo. Y obstinación, hambre, caos, miseria. Todo está en Diez días que sacudieron el mundo. Reed fue tan apasionado como minucioso en la confección del relato del proceso revolucionario, sin dejar cabos sueltos y «plantando» al lector en medio de la frenética, confusa, adrenalínica actividad de esos trascendentales días.

Por eso, cuando leo que se tilda a Reed como poco o nada imparcial, a servidor le hierve la sangre. Si se me permite la osadía, todo el que piense así se puede ir un «poquito a la mierda». Porque de «rebeldes» burgueses, abnegados defensores de la constitución aunque NO creo que la hayan leído jamás en el Marca o visto en Jugones, «legalistas» declarados que apoyan a organizaciones criminales ocultas bajo siglas de partidos políticos, supuestos iconoclastas atrincherados en su bando y «revolucionarios» de redes sociales algunos ya estamos más que hartos… En primer lugar, Reed es el primero en declarar sin ambages, ya en el mismo prefacio, sus simpatías bolcheviques, así que no hay lugar a engaños. De hecho, es evidente que gracias precisamente a esa afinidad ideológica e interés por el proceso político el autor pudo ser partícipe de los acontecimientos, llegando hasta sus icónicos líderes, y así logró contárnoslo de primera mano. Pero es que, además, no estamos ante un panfleto, ni una obra nacida para glorificar una doctrina o un «lado» de la historia, o una simple carta de amor a la Revolución —los bolcheviques también reciben varios palos a costa de sus desmanes o el oportunismo de algunos en medio de la anarquía—. Sino frente a un reportaje periodístico de un dinamismo, concreción, ubicuidad y profundidad sin parangón, completísimo —rematado con un apéndice en el que se recopila suficiente material discursivo, propaganda política, textos programáticos, etc, para haber editado un libro aparte— y que no da tregua. Diez días que sacudieron el mundo no será la lectura más sencilla del mundo, pero muy pocos textos político-periodísticos resultan tan absorbentes. Y con la que nos está «cayendo», hoy, cien años después, aún sean tan relevantes…

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