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Diario de Guantánamo

Por eldiario.es  ·  11.04.2016

Este libro es el primer y único diario escrito por un preso de Guantánamo. Mohamedou Ould Slahi, de origen mauritano, lleva preso en esa prisión desde 2002. Un juez ordenó su puesta en libertad en 2010, pero el Gobierno estadounidense recurrió y consiguió que un tribunal de apelación lo mantuviera en la isla. Nunca ha sido acusado de ningún delito

Sus memorias, escritas en la cárcel en 2005, fueron desclasificadas (aunque ampliamente censuradas; en el libro aparecen marcadas en negro, aquí con X) por el Gobierno estadounidense en 2013. En España acaban de ser publicadas por la editorial Capitán Swing

Este fragmento describe su traslado desde Jordania en julio de 2002 hasta la base de Bagram, en Afganistán

XXXXX, julio XXXXX, 2002, 10 de la noche. La música estaba apagada. Las conversaciones de los guardas se desvanecían en el aire. La camioneta estaba atestada. Me sentí solo en la camioneta fúnebre. La espera no duró mucho: sentí la presencia de gente nueva, un grupo silencioso. No recuerdo ni una palabra de todo lo que vino a continuación.

Una persona estaba quitando las cadenas de mis muñecas. Primero una mano, otro tipo agarraba esa mano y la doblaba mientras una tercera persona iba poniéndome nuevos grilletes más firmes y más pesados. Ahora tenía las manos esposadas delante de mí.

Alguien empezó a desgarrar mi ropa con algo parecido a unas tijeras. Me sentía como ¿qué demonios está pasando? Empecé a preocuparme por el viaje que ni quería hacer ni había iniciado. Otra persona lo decidía todo por mí; tenía todas las preocupaciones del mundo, excepto tomar decisiones. Muchos pensamientos pasaban fugazmente por mi cabeza. Los pensamientos optimistas proponían: “Quizá estás en manos de los norteamericanos, pero no te preocupes, solo quieren llevarte a casa y cerciorarse de que todo se hace en secreto”. Los pesimistas decían: “¡Estás jodido! Los norteamericanos tratan de echarte la culpa de alguna jodienda, te llevan a las cárceles de Estados Unidos para el resto de tu vida”.

Me desnudaron. Fue humillante, pero el vendaje en los ojos me libró de la desagradable visión de mi cuerpo desnudo. Durante todo el proceso, el único rezo que podía recordar era la oración de la crisis: ¡Ya hayyu! ¡Ya kayyum! La estuve murmurando todo el tiempo. Siempre que me encuentro en una situación similar, podría olvidar todas las oraciones, excepto la oración de la crisis, que aprendí de la vida de nuestro profeta, ¡que la paz sea con él!

Uno de ellos me puso un pañal alrededor de mis partes íntimas. Solo entonces estuve totalmente seguro de que el vuelo se dirigía a Estados Unidos. Entonces empecé a convencerme a mí mismo: “Todo va a salir bien”. Mi única preocupación era que mi familia me viera en televisión en una situación tan degradante. Estaba tan flaco… Siempre lo he sido pero nunca tanto: mi ropa de calle me quedaba tan amplia que parecía como un saco.

Cuando el equipo de norteamericanos terminó de ponerme las ropas que habían traído para mí, un tipo me quitó la venda por un momento. No pude ver mucho porque apuntó con una linterna hacia mis ojos. Estaba envuelto de la cabeza a los pies en un uniforme negro. Abrió la boca y sacó la lengua, gesticulando para que yo hiciera lo mismo, una especie de prueba de AAAH que hice sin resistencia. Vi parte de su pálido brazo de vello rubio, lo que daba consistencia a mi teoría de estar en las manos del Tío Sam.

Me retiraron el vendaje. En todo momento escuchaba el ruidoso sonido de los motores; estoy casi seguro de que algunos aviones despegaban mientras otros aterrizaban. Sentí cómo mi avión ‘especial’ se aproximaba, o la camioneta se aproximaba al avión, no recuerdo más. Pero sí que recuerdo cuando un escolta me sacó de la camioneta; no había espacio entre la camioneta y las escaleras del avión. Estaba tan exhausto, enfermo y cansado que no podía caminar, lo que forzó al escolta a empujarme escaleras arriba como un cuerpo sin vida.

Dentro del avión hacía mucho frío. Me tumbaron en un sofá y los guardas me encadenaron, muy probablemente al suelo. Sentí cómo me ponían una manta encima, que aunque era muy fina, me reconfortó.

Me relajé y me dejé llevar por mis sueños. Pensé en diferentes miembros de mi familia que no volvería a ver. ¡Qué triste sería! Estaba llorando en silencio y sin lágrimas; por alguna razón derramé todas mis lágrimas al principio de la expedición, que fue como el límite entre la vida y la muerte. Deseé ser mejor con los demás. Deseé ser mejor con mi familia. Lamenté todos los errores cometidos en mi vida, ante Dios, ante mi familia, ¡ante cualquier persona!

Pensaba en la vida y las prisiones norteamericanas. Pensaba en los documentales que había visto sobre sus cárceles y la dureza con la que tratan a sus prisioneros. Deseaba ser ciego o tener algún tipo de discapacidad para que me llevaran a una celda de aislamiento y me dieran un trato humano y protección. Pensaba: ¿cómo sería la primera vista con el juez? ¿Tengo alguna oportunidad de tener un proceso adecuado en un país tan lleno de odio hacia los musulmanes? ¿Estoy condenado incluso antes de tener la opción de defenderme a mí mismo?

Me sumergí en estos dolorosos sueños bajo la calidez de la manta. De vez en cuando me punzaba el dolor de las ganas de orinar. El pañal no funcionaba conmigo: no lograba convencer a mi cerebro para darle la señal a la vejiga. Cuanto más lo intentaba, más se obcecaba mi cerebro. El guardia junto a mí seguía vertiendo tazas de agua embotellada en mi boca, lo que empeoraba mi situación. No había otra; o tragas o te ahogas. Estar sobre un costado me estaba matando, pero cualquier intento de cambiar de posición terminaba en fracaso, porque una mano fuerte me empujaba hacia la misma posición.

Podría asegurar que iba en un avión grande, lo que me llevó a pensar que el vuelo iba directo a Estados Unidos. Pero después de unas cinco horas, el vuelo empezó a perder altitud y suavemente rodó sobre la pista de aterrizaje. Me di cuenta de que los Estados Unidos está algo más lejos que eso. ¿Dónde estamos? ¿En Ramstein, Alemania? ¡Sí! Eso es Ramstein, en Ramstein hay un aeropuerto militar estadounidense para los vuelos en tránsito de Oriente Medio; vamos a parar aquí a repostar. Pero tan pronto como el avión tomó tierra, los guardas se pusieron a cambiar las cadenas metálicas por otras de plástico que me cortaban los tobillos dolorosamente en el corto trayecto hacia un helicóptero. Uno de los guardias, mientras me sacaba del avión, me palmeó en el hombro como diciendo: “Vas a estar bien”. En medio de la agonía en que me encontraba, este gesto me dio esperanzas de encontrar aún a algunos seres humanos entre las personas que estaban encargándose de mí.

Al rozarme el sol, la pregunta me asaltó de nuevo: ¿dónde estoy? Sí, eso es, en Alemania: era julio y el sol sale pronto. Pero ¿por qué Alemania? ¡No había cometido crímenes en Alemania! ¿En qué mierda me habían metido? Y, aun así, el sistema legal alemán era una mejor opción con diferencia; conozco los procedimientos y hablo el idioma. Aún más, el sistema alemán es, en cierto modo, transparente y no hay sentencias de doscientos o trescientos años. No tenía mucho que temer: un juez alemán me verá y me mostrará lo que quiera que el Gobierno ha lanzado contra mí, y después se me enviará a una prisión temporal hasta que se decida mi caso. No se me someterá a tortura y no tendré que ver los rostros diabólicos de los interrogadores.

Después de diez minutos, el helicóptero aterrizó y me llevaron a una camioneta, con un guardia a cada lado. El conductor y el copiloto hablaban en una lengua que no había escuchado nunca. Me dije: “¿Qué diantre están hablando?, ¿Filipino, a lo mejor?”. Pensé en Filipinas porque estoy enterado de la amplia presencia del Ejército norteamericano allí. Oh, sí, es Filipinas: ellos conspiraban con Estados Unidos y me echaban mierda encima. ¿Qué me preguntaría su juez? Por entonces, tan solo quería llegar y mear, y después de aquello que hiciesen lo que les pareciese. ¡Por favor, lleguemos ya! ¡Después de eso matadme si queréis!

Los guardias me sacaron de la camioneta cinco minutos después y pareció que me colocaban en una sala. Me obligaron a arrodillarme e inclinar la cabeza: tuve que permanecer en esa posición hasta que me agarraron. Gritaban: “¡No te muevas!”. Antes de preocuparme por nada más, oriné de la manera más impresionante desde que vine al mundo. Fue tal el alivio; sentí que me liberaban y me enviaban de vuelta a casa. De pronto, mis preocupaciones se esfumaron y sonreí por dentro. Nadie se dio cuenta de lo que hice.

Sobre un cuarto de hora más tarde, algunos guardias tiraron de mí y me arrastraron a una habitación en la que evidentemente habían “procesado” a muchos detenidos. Una vez que entré en la habitación, me quitaron el capuchón. Oh, las orejas me dolían horrores, y también la cabeza; de hecho, todo mi cuerpo conspiraba en mi contra. Apenas podía tenerme en pie. Los guardias empezaron a despojarme de las prendas, y pronto estuve allí de pie como mi madre me trajo al mundo. Estaba allí por primera vez delante de soldados norteamericanos, no en la televisión; esto era real. Reaccioné de la manera más común, cubriendo mis partes íntimas con mis manos. También con calma empecé a recitar despacio la oración de la crisis, ¡Ya hayyu! ¡Ya kayyum! Nadie me hizo parar de rezar; sin embargo, uno de los policías militares me estaba mirando fijamente con ojos llenos de odio. Más tarde me ordenaría dejar de mirar alrededor de la habitación.

Un XXXXX médico me hizo una revisión rápida, después de la cual se me cubrió con ropas Afghani. ¡Sí, ropas Afghani en Filipinas! Por supuesto estaba encadenado, las manos y los pies atados a la cintura. Es más, tenía las manos metidas en manoplas. ¡Listo para la acción! ¿Qué acción? ¡Ni idea!

El grupo de escolta me llevó vendado a una habitación vecina para el interrogatorio. En cuanto entré en la habitación, varias personas empezaron a chillar y a tirar cosas pesadas contra la pared. Entre el tumulto pude distinguir estas preguntas:

—¿Dónde está el mulá Omar?

—¿Dónde está Osama bin Laden?

—¿Dónde está Jalalu din Hakani?

Un rápido análisis pasó por mi cabeza: los individuos mencionados en esas preguntas estaban gobernando un país, ¡y ahora son una panda de fugitivos! Los interrogadores se olvidaron de un par de cosas. Primero, me acababan de informar de las últimas noticias: Afganistán está siendo ocupada, pero no se ha capturado a las personas de alto nivel. Segundo, me entregué más o menos cuando empezaba la lucha contra el terrorismo y desde entonces había estado en una cárcel jordana, totalmente apartado del mundo. Por lo tanto, ¿cómo esperaban que supiera que Estados Unidos ocupaba Afganistán, abandonada a su suerte una vez sus líderes habían huido? Como para saber dónde estaban ahora.

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